Mausoleos más importantes
Existían varios monumentos sepulcrales dignos de mención, algunos hoy desaparecidos. Destacaba la suntuosidad de los panteones familiares construidos en la segunda mitad del siglo XIX en los que predomina el estilo románico para pasar más adelante a los panteones abiertos.
El del ganadero Eloy Lamamié de Clairac y Trespalacios, que falleció el 4 de noviembre de 1857 en su dehesa de Muchachos (Ledesma) a los 31 años, lo situó en el campo de san Juan, a la entrada del cementerio, su viuda doña Isabel Bermúdez de Castro y Rascón, en el terreno de 10 sepulturas. Trabajado en Italia, lo constituía una plataforma escalonada con plinto que soportaba el sarcófago sobre el que lucía una gran urna cineraria de mármol blanco, cubierta por un paño de airosos pliegues y en el frente mostraba el escudo de armas (consistente en un lebrel pasante y en el jefe tres ruedas de espuela, puestas en faja), con flores y teas invertidas en los laterales. Estaba rodeado de una elegante verja de hierro. Los primeros restos fueron inhumados el 10 de octubre de 1860 y el mármol fue traído directamente de Italia.
El de doña Laureana Ramos de Alosal, de Vitigudino, el más suntuoso, estaba rodeado de una artística verja de hierro. Adquirió en noviembre de 1867, 104 m2 que luego amplió en otros 28. En su interior lucía bella capilla con pavimento de mármol alojando bonitas urnas, también de mármol, conteniendo los restos de la familia. El pabellón de piedra con entrada por el centro de un cuerpo saliente, lo flanqueaban dos esbeltas columnas de fustes caprichosos y elegantes capiteles corintio. Un frontón triangular coronaba el mausoleo. El cerramiento era una artística verja metálica. Fue obra del arquitecto de Madrid Bruno Fernández de los Ronderos y lo construyó entre 1869 y 1873 buscando el contraste entre el mármol blanco y la piedra arenisca. Su dueña falleció en 1903.
El de los marqueses de Villa Alcázar, hacia el centro del cementerio, mandado construir en 1869 por don Francisco González de la Riva y Mallo, que ostentaba el título desde 1847 y falleció en 1875, era el de mayor severidad. Se hallaba cerrado por zócalo de piedra luciendo en las cuatro esquinas unos elegantes vasos cinerarios de los que pendían bronceadas y gruesas cadenas. En su centro se alzaba una maciza cruz de piedra con blandones en los laterales. En 1896 se enterró su esposa doña Dionisia Trespalacios-Meléndez de Ayones-Ceballos y Peñalosa.
El de la familia Brusi, cerca de la Capilla (levantada en 1832) y de la vivienda del guarda, construido en 1871, consistía en una capillita de hierro fundido y estilo gótico de cuatro arcos apuntados en los laterales y tres solamente a la cabecera y a los pies. Lo formaban 4 tumbas independientes rodeadas de una verja de cerramiento. A partir de aquí es cuando aparece la arquitectura neogótica.
El 8 de marzo de 1875 Fernando Iscar Juárez, que fue Alcalde de Salamanca en 1883, solicita licencia para construir el panteón familiar en 7´07 m2 y cede la propiedad de los nichos números 167, 168 y 205 y el 44 de los párvulos. Realizado en piedra es uno de los primeros en recabar el simbolismo de la columna truncada que se apoya en un altar, entre dos volutas. La independencia del exterior se efectúa por tubos de hierro sujetos en columnillas con forma de pirámides.
El de doña Antonia Caravias Díaz, construido a su fallecimiento en 1875, por el arquitecto José Antonio Berdaguer, era un cubo en piedra con columnitas salomónicas de mármol blanco, fustes retorcidos y capiteles románicos en las esquinas, con un buen medallón de doña Antonia con guirnalda inferior soportada por las fauces de dos leones en piedra de Villamayor. Rematado el monumento por una pirámide cuadrangular de chapa metálica y cercado por verja de hierro repujado, disponía de capilla subterránea.
En la última década del siglo se terminó otro mausoleo que prometía ser el más suntuoso y que sería la última morada de doña Teresa de Zúñiga y Cornejo, la célebre “Corneja” que tantos quebraderos de cabeza dio a la ciudad para abrir la calle de la Rúa, desde Palominos. En 1888 se da cuenta de la concesión para extraer piedra de la cantera de san Vicente con destino al mausoleo. La obra escultórica se debió a Eugenio Duque y Duque, escultor de cámara de Amadeo de Saboya y era reproducción exacta de una iglesia románica, elevada sobre una alta plataforma. Tenía reminiscencias bizantinas en la cúpula semejante a los cimborrios de la época románica. Lucía un precioso medallón con el rostro de Cristo, en el tímpano sobre el dintel de entrada y la verja de separación era de rejería de hierro.
Adquirió el terreno en 1878 y posteriormente lo amplió, inhumándose los primeros restos en 1894, falleciendo Teresa de Zúñiga en 1912 sin descendencia y sin otorgar testamento.
El de Cándida López Moro lo mandó realizar Ricardo López Iglesias, comerciante en granos y tratante en pieles poseedor de una fábrica de velas de ácido esteárico, quien había comprado el terreno el 1 de noviembre de 1892, pasando a su hermano Santiago, que tenía una fábrica de harinas. Acabó siendo propiedad de su hija Cándida López Moro, esposa de Bernardo Olivera Sánchez, político, farmacéutico y licenciado en Ciencias. En estilo neogótico destaca la cúpula sobre todo el conjunto, que tiene como referencia la Torre de las campanas de la Catedral Nueva. Cándida fallece el 22 de abril de 1938 y Bernardo el 12 de octubre de 1940.
El del Marqués de Albayda, Jacinto de Orellana Pizarro y Avecia, casado en 1836 con Amalia Maldonado Carbajal, se había construido siete años antes de su muerte en 1919, con elementos neorrománicos, constando de tres naves. Mármoles de diversos colores destacan en el mausoleo, coronado por una rebuscada Cruz con dos vasos cinerarios en las esquinas culminando las columnas laterales.
Los de José Núñez Alegría, construido a partir del fallecimiento de su esposa doña Tomasa García Alvarez en 1909, con sencilla decoración y puerta de entrada con arco ojival; de Lorenzo Fernández Santiago, con muros de granito y en la puerta arco apuntado, luciendo en su interior una enorme cruz de 2´70 metros, de la que pende un Cristo de 1 m, adquirido en la librería del Sagrado Corazón de Lorenzo Aniceto; de Mariano Rodríguez Galván, neogótico total en el tejado y las columnas que flanquean la entrada y el arco de la ventana abierta en el piñón, probable obra del arquitecto Santiago Madrigal; Diego Martín Cossío del mismo estilo anterior, tiene en el piñón claraboya de perfil lobulado. Fueron construidos entre 1912/1915.
El de José Durán Cabezas, construido en 1924 luce arcos ojivales, calada crestería y voluminosos pináculos. Su bóveda esquifada se encuentra con decoración a modo de escamas de pizarra y la fachada de grandes puertas provistas con rejas de hierro.
El de Luisa Rodríguez Cívicos en 1924. De planta cuadrada, amplio frontón triangular, coronado por la Cruz, puerta de rejería y arco de medio punto con 2 ventanas enrejadas de arco apuntado, con frontones en todos sus frentes y paramentos con arcos góticos decorados en su interior con claraboyas trilobuladas también góticas.
El de Paulina García Sánchez, de 1927, es de estilo neogótico.
Ya en los años cuarenta del siglo XX Bonifacio Diego García construye un panteón neogótico y son más modernos el de Antonio Fernández, con proyecto de su hijo el arquitecto Antonio Fernández Alba, construido en forma de templo dórico con simbología masónica, realizado en mármol de la Iglesia y granito gris abujardado.
El de la familia Escudero Salazar es de grandes proporciones, ejecutado en granito y mármol blanco Macael.
El mausoleo de la familia Bustos Hernández es de estilo moderno combinando el granito negro intenso con el gris abujardado, siendo la Cruz y rejería de acero inoxidable.
Hacia los años veinte y treinta del pasado siglo decae la construcción de suntuosos panteones y se sustituyen por lápidas sepulcrales que incorporan “el ángel de la muerte”, talla en mármol blanco que unas veces porta ramos o coronas de flores, otras oculta el rostro con sus manos y en ocasiones acaricia con el brazo izquierdo una cruz exornada de guirnaldas y levanta el derecho señalando el cielo con el dedo índice de la mano. También aparecen imágenes de la Virgen de la Piedad con Jesús muerto en su regazo.
El primer “ángel de la muerte” es obra de Algueró e Hijos, realizado en Madrid, para la doble sepultura de la familia Amoni, en la serie F nºs 494 y 495. Es un ángel tapándose la cara ejecutado en mármol de Carrara, al igual que el pedestal, los guardacantones y la lápida. La Cruz es de mármol gris.
El “ángel” citado se copió para la cripta de la familia Astudillo Martín, serie F nº 250, pero se hizo en piedra de Villamayor.
El sepulcro de Samuel Seseña García, en la serie H nº 412, destaca por su decoración figurativa, de líneas modernistas hechas en mármol blanco Macael. El “ángel” se distingue porque lleva las alas desplegadas y las flores que porta en las manos desmerecen del conjunto.
El “ángel de la muerte”, como modelo, fue innovado por el artista Angel Seseña García, serie a la que pertenece el que labró para su hija Concha. Apenas quedan ya “ángeles” en el cementerio actual pues éste, muy deteriorado, lo ha sustituido el artista Antonio Seseña Arévalo por otro modelo totalmente distinto, un bajorrelieve de granito gris Quintana pulido, tras el fallecimiento de su padre Angel Seseña Debén.
En el sepulcro de Félix Alvarez González, en la serie H nº 469, ejecutado en mármol blanco Macael por Angel Seseña Debén, destaca la Piedad con sencillez de líneas. En la lápida, debajo de las inscripciones, labró unas rosas comenzando a marchitarse.
Las sepulturas de Juan Manuel Sánchez y Agustín Benito Sánchez tienen en común haber sido realizadas por Angel Seseña Debén y en ellas se aprecia su símbolo de identidad que eran los relieves de rosas, cuando los sepulcros de categoría se realizaban en mármol o piedra de Novelda.
En la cripta de las familias Victoriano Hernández y Alicio Tabernero de Paz, en la serie J nº 19, ejecutada en mármol de Carrara destaca una estatua del Sagrado Corazón, desconociéndose el autor.
El sepulcro de Rafael Farina en el bloque 44 nº 91, está ejecutado en granito negro con el frente y los dos bloques del mismo material y luce una “Piedad” de porcelana vitrificada.
He prescindido de las sepulturas que tienen escultura en bronce, aunque hay varias ejecutadas por artistas de la talla de Agustín Casillas y Damián Villar y tampoco hago mención de los muchos modelos de panteones realizados en granito chino de importación.
Debo agradecer la colaboración del excelente delineante y escultor Antonio Seseña Arevalo sin cuya aportación no hubiera sido posible la confección de la parte final de este artículo.
José María Hernández Pérez