Historia del cementerio de Villa Sandín
De la huerta de Villa Sandín tenemos noticias ya en 20 de junio de 1657 en que su propietaria doña Josefa de Isla Maldonado, viuda de Antonio Rodríguez de Arauzo, por escritura de venta ante el escribano Alonso de Paz la otorga a favor del Ayuntamiento. La había heredado del deán Vasco Maldonado y estaba situada fuera de la puerta falsa, camino de la Moral y constaba de prado, alameda, estanque, noria, cimientos de casa derruida y cercado. El Ayuntamiento posteriormente la enajena ya que la Compañía de Jesús se la adquiere a don Cristóbal de Jaques, beneficiado de El Bodón.
Los jesuitas previa licencia del Consejo de Castilla la venden al Real Hospicio de la ciudad en 18.500 reales, quien vuelve a enajenarla 10 años más tarde al Seminario Conciliar de san Carlos en la cantidad de 20.000 reales ante el escribano don Manuel Anieto el 19 de abril de 1781, rigiendo la diócesis don Felipe Bertrán.
En 1814 se pensó instalar el cementerio en el convento de los Mínimos, fuera de la puerta de Zamora. Se desistió, proponiendo el convento de los Capuchinos hacia la carretera de Zamora y aunque se autorizó, el proyecto no siguió adelante.
En 1821, con el pronunciamiento del teniente coronel Riego, se inicia el Trienio Liberal y los Regidores y el arquitecto Blas de Vegas llegaron al acuerdo de que la buena calidad de los terrenos por la ventilación, por la distancia a la ciudad y sus alrededores y por su capacidad y buen estado de la iglesia y de la cerca el sitio idóneo era el convento de Franciscanos Descalzos, conocido como El Calvario, habitado solo por 7 frailes. Tenía capacidad para 5.400 sepulturas y en los terrenos a los costados del edificio cabrían otras 400 más. No era necesario construir capilla y las dependencias de los frailes servirían para el capellán y la persona encargada del cuidado del cementerio. Pese a que se efectuó el desmonte y colocación de muros el proyecto se abandonó y volvieron los frailes en 1823 con el fin del Trienio Liberal, sin que se hubiera efectuado un solo enterramiento. Se habían gastado 7.041 reales. El convento del Calvario fue vendido en julio de 1866 en tiempos del obispo Anastasio Rodrigo Yusto, ofertando piedra de las clases de labra y mampuesto duro y franco.
Duraron los enterramientos en Villa Sandín mientras los franceses permanecieron en Salamanca y volvió a hacerse necesario el cementerio en 1832, con motivo de una nueva epidemia de cólera morbo asiático, siendo inaugurado oficialmente por el obispo don Agustín Lorenzo Varela y Temes, en la finca que pertenecía al Seminario Conciliar. Contribuyeron a su construcción las fábricas de las parroquias de la ciudad, el propio obispo y fondos del Seminario Conciliar a quien irían a parar los emolumentos que se recaudaran, con destino a la formación de los seminaristas. Tenía una extensión aproximada de 17.000 m2 incluyendo una serie de dependencias, estableciéndose galerías de nichos para adultos y párvulos.
Con la Revolución de 1840 y el fin de la Regencia de María Cristina, la Junta Revolucionaria se incautó del cementerio entregándolo al Ayuntamiento con el pretexto de que la Ley Municipal de 1823 ordenaba que los municipios se encargaran de la construcción y conservación de los cementerios. Previa entrega por parte del Obispado de las cuentas de los productos y gastos invertidos en el cementerio desde su construcción, el Ayuntamiento tomó posesión de él a las 3 de la tarde del día 20 de noviembre de 1840, no sin advertir al Obispo, don Agustín Lorenzo Varela y Temes, que no podía desprenderse de facultades concedidas por las leyes, en cuanto a conservación y construcción de cementerios, reservándose por tanto íntegras las atribuciones legales sobre lo administrativo, económico y policial.
En 1842 el Ayuntamiento designa como edificio que puede ser aplicado a establecimiento u objeto de utilidad pública el del convento de El Calvario para Cementerio o por mejor decir para darlo en cambio al Seminario Conciliar por el que actualmente existe.
En 1844 se construyen por parte del contratista Benito Isidro 12 nichos ajustados en 173 reales cada uno y se acuerda que se construya una caja mortuoria y que el capellán cuide de que los cadáveres que llegaren en caja particular vayan cubiertos desde las respectivas iglesias.
La Revolución de 1854 o “Vicalvarada”, que dio paso al conocido como bienio progresista, expropió de nuevo el cementerio siendo obispo de la diócesis don Fernando de la Puente y Primo de Rivera, y en 1857 se ordenó su devolución
Con el triunfo de la Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, la Junta Revolucionaria se adueña de nuevo del cementerio católico, siendo obispo el carmelita padre Joaquín Lluch y Garriga, convirtiéndolo en cementerio público y en 1880 le fue añadido el cementerio civil, separado por una tapia y con entrada independiente. Se le añaden dos nuevos campos: el de santo Tomás y el de san Roque, y se amplían la fachada y el pórtico siendo el arquitecto encargado don José Secall.
En 1873 se concede a las Hermanitas de los Pobres un trozo de zanja del cementerio para el enterramiento de los que mueran en su asilo y en ese mismo año se amplía el cementerio por parte del contratista Bernardo Martín consistiendo en excavación y relleno de cimientos por importe de 1.876´92 pesetas. Al año siguiente se construye otro pórtico igual al de la galería existente y se acaban 108 urnas en la citada galería.
En virtud de negociaciones con el obispo don Narciso Martínez Izquierdo, que recuerda al Ayuntamiento que en los primero días de octubre de 1868 se apoderó sin título de legalidad del cementerio público perteneciente a la Iglesia, se acordó la entrega del Cementerio al Obispado el 31 de agosto de 1878 por parte del Municipio, con todos los libros correspondientes de propiedades: inhumaciones en general, nichos antiguos de números romanos y de portadas, párvulos de galería exterior e interior, urnas de galería de portada, enterramientos de sacerdotes y otras sepulturas hasta el número 395 y desde éste al 700 inclusive.
Se amplió con una superficie de 2.127 m2 junto a la tapia noroeste, cedidos por el Ayuntamiento, aunque se reservó el pozo de agua potable con la noria para poder seguir abasteciendo las fuentes del Caño Mamarón y de san Francisco.
En estas fechas se situó en la puerta accesoria, situada en la explanada del cementerio, un bello crucero de los pocos que quedaban en la ciudad y que procedía de la plazuela de Carbajal, en la que se encontraba desde la demolición de la parroquia de San Ciprián en 1580 y que lleva, aparte de la imagen del santo, una cartela con la inscripción: “Esta fue la iglesia de san Ciprián”. Hoy se encuentra el crucero en el interior del cementerio, aunque dentro del plan de ayudas para la restauración de algunas esculturas de la capital que, patrocinaba Caja España, se va proceder al traslado a su antiguo emplazamiento en la iglesia de san Millán [sic].
La fachada del cementerio ejecutada en estilo neoclásico en 1867 por José Secall en piedra de Villamayor excepto el zócalo, se encontraba dotada de puerta principal de rejería bajo arco de mediopunto, flanqueada por dos columnas dóricas con friso de metopas y triglifos, jarrones en los extremos de la cornisa, coronación de frontón triangular, un arco de medio punto para alojamiento de la campana y sobre él otro nuevo frontón rematado en cruz. Las dos puertas laterales de rejería tuvieron arco adintelado. En el friso sobre la puerta principal se leía: “Memento homo, quía pulvis es et in pulverem reverteris”. La fachada posterior estaba dotada de soportales, habiéndose previsto que éstos recorrieran todo el perímetro, cosa que finalmente no se llevó a efecto.
A partir de la entrada, el antiguo cementerio, con los paseos en forma de cruz, obra del arquitecto Tomás Francisco Cafranga, se dividía en cuatro campos: San Antonio, San Juan, del Estanque y de la Casa y dio cobijo a los varios cruceros que adornaban la ciudad de Salamanca allí retirados por no servir ya en el lugar donde fueron ubicados y por el deterioro producido al no cuidarse por la ciudadanía. Eran estos: los de las puertas de san Pablo, de los Milagros, de Villamayor, los de las iglesias de san Ciprián y san Benito y el de la Cruz Verde.
El nicho número 1 de la galería primitiva alojó los restos del eminente músico salmantino don José Manuel Doyagüe, fallecido el 18 de diciembre de 1842, cuyos despojos fueron sacados el 2 de junio de 1869 para ser depositados en el Salón principal del Ayuntamiento, paso previo a su traslado a Madrid con objeto de ser inhumados en el Panteón Nacional de Hombres Ilustres de Atocha. (Por no haber trascurrido 50 años desde su fallecimiento fueron devueltos a Salamanca y hoy se encuentran en la capilla de santa Catalina de la Catedral Vieja).
El Ayuntamiento en febrero de 1892 se propone la construcción de un nuevo cementerio municipal y clausurar el existente en Villa Sandín pero no se lleva a efecto.
En 1920 se llevó a cabo una ampliación de unos 16.900 m2, previo estudio del arquitecto J. Yarnoz Larrosa, efectuándose muchas modificaciones, entre ellas el desplazamiento del cementerio civil y la designación de las sepulturas por las letras del abecedario. Agotadas las letras los nuevos campos se designaron por bloques. Entre 1933 y 1936 se construyó la galería del oeste con sus nichos y los enterramientos subterráneos denominados “La Glorieta”. Posteriormente se construyeron las galerías de san Sebastián y de san Pablo.
José María Hernández Pérez