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Antiguos Cementerios

 
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Con el término cementerio, del griego koimeterion, que significa lugar de reposo, se designa la morada de los difuntos. Los enterramientos, desde antiguos tiempos, venían efectuándose en el interior de las iglesias, hasta que en el año 561, el Primer Concilio de Braga prohibió tal práctica, aunque con nulos efectos pues los antiguos Concilios no eran ecuménicos, como en la actualidad, sino que eran reuniones de obispos de una determinada circunscripción, que era hasta donde alcanzaban sus poderes. Asistieron, presididos por Lucencio de Braga, en tiempos del rey Teodomiro, los obispos de Braga, Dunio, Viseo, Coimbra, Idanha, Lamego, Oporto, Lugo, Iria, Orense, Astorga, Britonia y Tuy.

En el Canon XVIII se prohibía la sepultura en el interior de las iglesias y basílicas de los santos, ni aún cerca del muro exterior de las iglesias rurales y santuarios de los venerables mártires, permitiendo sólo poner los cadáveres de los fieles junto a las paredes, en el atrio o porche, cuidando de ellos los miembros de alguna hermandad.

Los cánones conciliares definieron que los espacios junto a las iglesias (los denominados “corrales”) sirvieran para enterramiento de los fieles, solucionando de esta manera el problema. Pero Alfonso X el Sabio en la Primera Partida establece que las personas puedan ser enterradas en los templos y así continúa hasta el siglo XVIII. Los pavimentos de los templos se llenaron de losas o piedras sepulcrales que llevaban inscripciones con fechas, armas o escudos familiares, aunque solamente se permitiera el enterramiento del clero y de la nobleza.

En el siglo XV debido a la saturación de cadáveres en las iglesias se remueven los huesos más antiguos y se amontonan en unos osarios para dejar paso a otros enterramientos. Es el motivo de que aparecieran osamentas al realizar obras en siglos posteriores en casi todas las iglesias salmantinas desaparecidas e incluso en alguna de las actuales como san Martín o santo Tomás Cantuariense.

A la desaparición del cementerio del “corral” de san Martín, para las obras de construcción del ala sur de la Plaza Mayor, los enterramientos se continúan efectuando en el interior del templo, como ocurre con los despojos, que no las cabezas, de 16 facinerosos ahorcados el 3 de enero de 1802 en el portal y sigue tal práctica pese a la prohibición del Edicto de 25 de mayo de 1812, ordenando que se efectúen en el cementerio de Villa Sandín, pero se sigue haciendo poco caso a las disposiciones oficiales, como lo demuestra el hecho de que las mismas autoridades francesas, en febrero de 1813, en concreto el gobernador Villate, prohibe enterrar en la iglesia de San Martín a los propios feligreses, pero en cambio autoriza el traslado de estos difuntos, para ser enterrados en la capilla de la Vera Cruz. Aparecieron restos humanos al realizar las obras de acondicionamiento del Corrillo en 1921 cuando se rebajó su nivel para que pudieran circular los carruajes desde la Plaza Mayor. Y en la iglesia de santo Tomás Cantuariense apareció un osario al derribar en 1905 una capilla adosada donde se rendía culto al Cristo de la Agonía. Existían dos lápidas, la de la izquierda lucía la inscripción: “Esta calavera y huesos mira, y echarás de ver lo que has de venir a ser. Año de 1745” y la de la derecha: “Por las ánimas procura hacer el bien que pudieres, vivirás cuando murieres. Púsolo P. Alvarez – 1745”.
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En Salamanca, respecto a la comunidad hebrea ya se menciona en 1272 el “fonsario” de los judíos, que se encontraba en el arrabal del puente, al vado de Sanc Hervás, donde el Concejo construía aceñas, que también reclamaba el Cabildo, y donde se dice: “aquella pesquera fornazina que sal contra el fonsario de los judios”. La iglesia estuvo situada junto a la aceña del Muradal, en lo que después fue la fábrica de harinas “El Sur”.

La alberguería de doña Madre fue fundada en 1230 por una judía de ese nombre. Se encontraba donde el actual Colegio de los Angeles en la calle de Libreros, también conocida como Alberguería de los judíos y lindaba con el cementerio catedralicio, según consta en 16-VIII-1257, caja 3, legajo 1, nº 48 del Archivo Catedralicio salmantino.

De la “almacabra”, el cementerio de los moros, no se tiene noticia alguna, pese al prolongado tiempo de estancia de los musulmanes por estas tierras. Pudiera haber existido en los terrenos del edificio hospital de santa María de Roncesvalles, que luego se denominó de santa María la Blanca y que existía en tiempo de los moros, pasando luego a ser ermita y terminando en hospital.

La iglesia de San Nicolás de Bari, de estilo bizantino, fue fundada hacia 1126 por los mozárabes a orillas del Tormes, a poca distancia de la aceña del Muradal. Consta su existencia en escritura del 27 de enero de 1180 siendo Juez en Salamanca Domingo Peláez, de la colación de San Nicolás y fue consagrada por el obispo Vidal en 1182, cuando era beneficiado el presbítero Vaclío, que murió en 1185. El chantre de la Catedral gozaba de la veintena de su préstamo en 1265. El obispo don Alonso Sánchez Cusanza, reunido con el Cabildo, del que era deán Sancho Sánchez, el 18 de marzo de 1419, en la capilla de San Salvador, hizo donación de la iglesia de san Nicolás, con su cementerio y casa del ermitaño (que estaba junto a ella) a la Universidad, con el consentimiento de Pedro Sánchez de Medina, clérigo de San Salvador y de la citada iglesia, con la condición de que el beneficiado de San Salvador tuviera de censo para siempre seis pares de gallinas en dinero, que tomaría de la Universidad, por razón de la casa de San Nicolás. Se encontraba también presente don Antonio Ruiz de Medina, maestrescuela, que aceptó la donación en nombre de la Universidad, la cual destinó la iglesia y cementerio adjunto para dar sepultura a los estudiantes pobres que morían en el Hospital del Estudio.

En 1491, la Catedral salmantina cede el cementerio de la ya demolida iglesia de san Gil, que databa de antes de 1265 y que estuvo situada donde el actual crucero, frente a la puerta del Río, a la cofradía de Santa María la Blanca. Se derribó en tiempos de Juan I con objeto de dejar libre la muralla ante el temor de los ataques anglo-portugueses y al proceder a su demolición aparecieron ataúdes de piedra.

Las iglesias románicas y góticas, que aún perduran, nos muestran los enterramientos de los cristianos.

Los monjes de san Vicente pidieron autorización a don Fernando, don Felipe y doña Juana en 1506 para cerrar el cementerio del convento con dos tapias en alto y dos pies en ancho.
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El 3 de abril de 1787, Carlos III en virtud de Real Cédula, ordena la construcción de cementerios en lugares alejados de la población, suficientemente ventilados y sobre terrenos permeables, teniendo en cuenta los problemas de aglomeración humana en las ciudades, la salubridad pública y el urbanismo incipiente, pero a la vista del nulo cumplimiento de la disposición oficial se dicta una Real Orden el 28 de junio de 1804 insistiendo en el establecimiento de los referidos camposantos. En la primera década del siglo XIX el obispo don Antonio Tavira y Almazán, estableció frente a la puerta de San Vicente, cerca del Prado Rico, (en las proximidades donde actualmente se sitúan los Hospitales) el primer cementerio salmantino, un simple cercado de muros de piedra con una cruz en el centro y otra sobre la puerta de entrada. Lo hizo aprovechando las piedras de la iglesia de Santa Marina del Cascajar, construida en 1150, situada en el arrabal, junto al Zurguén, cerca de las Salas Bajas, mandada derruir por el obispo en 1802 por amenaza de ruina. Esta iglesia, que pertenecía a la jurisdicción de Ciudad Rodrigo, en su día se destinó a decir misa en tiempo de entredicho.

Los primeros enterrados procedían en 1802 del Hospital General que había sido trasladado provisionalmente al cercano Colegio Mayor del Arzobispo

Muy pronto fue destruido por los franceses, el 28 de mayo de 1811, dirigidos por el ingeniero Mr. Gerard, derribando las paredes del cementerio porque perjudicaba a la defensa del fuerte de San Vicente y para instalar sobre él una batería en 1812. El 11 de julio de 1810, los cadáveres de franceses diezmados por las epidemias producidas en los diversos hospitales de campaña, no cabían en este camposanto y en noviembre de 1811 se comenzaron a enterrar en zanjas que se abrieron en la cercana huerta del monasterio de san Bernardo y posteriormente en la huerta de Villa Sandín cuya casa había sido destruida en 1809. Durante el tiempo que permanecieron en la ciudad fallecieron más de 7.000 franceses.

En noviembre de 1811 se comenzó la construcción de un nuevo cementerio en la huerta de la citada finca de Villa Sandín, siendo las obras supervisadas por el Comisario de policía don José Vega. El 24 de mayo de 1812, siendo obispo el padre bernardo fray Gerardo Vázquez, (que no pudo visitar la diócesis por sus achaques de salud, según unos y huyendo de los horrores de la guerra, según otros ) el abad de la Real Clerecía de San Marcos bendice el cementerio de Villa Sandín y da realce a la ceremonia un destacamento de granaderos. (Se dan dos circunstancias, cuando menos curiosas. El primer capellán del cementerio, llamado Antonio Arroyo, fraile exclaustrado del convento de San Francisco en Ávila, es detenido por los lanceros ese mismo día en Tejares y el Comisario General de Policía don José Vega, persona que dispuso los enterramientos en Villa Sandín, no llegó a presenciar la bendición, pues falleció el 20 de marzo como consecuencia de las heridas que sufrió al ser apuñalado en la calle de Varillas, el 11 de enero, cuando acompañado de un cazador de montaña se dirigía a una función de máscaras. Pese a sus desvelos por la apertura de Villa Sandín, fue enterrado sin sacramentos en la iglesia de san Martín).

José María Hernández Pérez